Sírvase usted mismo, pero pague antes de irse

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jueves, junio 29, 2006

Es lo que queda

29 diciembre de 2005

En el Cabo de Santa Buena Fe y Santa Buena Esperanza se desvanece el sol despidiéndose mientras desgarra el cielo, se llenan de frío las calles y se mojan para que, más tarde, el rocío sólo tenga que deslizarse hasta los juncos y protejerse del vientecillo helado que aparece en la nocturnidad.
Desde la barra del bar, siempre la barra de un bar, se puede ver cómo todo abrigo deja al desnudo el agujero que tiene la roca de mi alma, por donde pasa, inevitable, el agua que son mis lágrimas nacidas desde lo más alto, desde el esplendor y la magnificencia, cuando todo parecía evitable.
"¿Dónde estarán las cosas que pensamos? ¿Dónde se fue la primera?"
"Pienso que estar por afuera, no es como estar por las calles, y caminar aunque llueva para buscarte esta tarde".

Y que has quedado casi un año en un desván deshabitado... yo no quiero ser el trapo olvidado, por eso doy motor, cuerda, y desde el horizonte de Cabo de Santa Buena Esperanza me contemplan incrédulos, compadeciéndose de la tormenta que avanza sigilosa hacia una estructura no menos débil que el resto. El resto, es lo que queda. Soy la resta de una suma, lo que queda en la bandeja elaborada al principio con tanto esmero. Las gotas que caen por la barra del bar, y el horizonte helado.

miércoles, junio 21, 2006

En la puerta de cualquier sitio

28 septiembre de 2005

Le tocaba vigilar esa mañana. Era el vigilante de la puerta de un hotel, en el centro económico de la ciudad. Unas quinientas personas a pie pasaban por allí todas las mañanas, o quizás más. Él se fijaba en cada una de ellas:
la mujer de rojo, con tacones altos y labios pintados hasta vomitar; el señor que apenas podía caminar, con su periódico de todas las mañanas, sus tonos marrones; la madre con el niño, la madre con prisas, el niño curioso, la madre agobiando al niño curioso mirándose en el cristal reflejando su cara y sus mofletes colorados, su cara de niño paciente y la madre impaciente tirando de su brazo, que parecía alargarse con cada sacudida; el estudiante sabelotodo mirando por encima del hombro con su carpetita bajo el brazo y su altivez descontrolada; el tío que patina pero que no puede más, intentando ser un deportista de élite, por eso se instala unas rodilleras, coderas, casco, cara de velocidad y patines relucientes jamás usados (también se nota en su estabilidad inexistente), pero que hace de una actividad poco usual un atractivo ante la sociedad; la niña guapa que sabe que la están mirando, pero no sabe que alguien puede mirarla de otra forma, como una más, una insensata más que camina sin fijarse ni por asomo al vigilante que mira a toda esta gente compadeciéndose de que se estén perdiendo algo tan espectacular como un hombre gordo, feo, pero simpático, mirando a todos estos seres que no valen mucho más que él, y que ni siquiera tienen la consideración de dedicarle una mísera mirada, por todas las que él echa cada día, cada minuto, a cada paso que todos dan y que pasan a su lado como si entre ellos y la puerta del maldito hotel que tiene que vigilar cada mañana, sólo hubiera aire.

lunes, junio 12, 2006

Cuando ruge con el viento el sonido del infierno

Cuando ruge con el viento el sonido del infierno, yo voy en mi moto acelerando. Y es que la velocidad es directamente proporcional al riesgo de fallecer en caso de accidente. Y el infierno entonces, está más cerca, y se oye: se oye cuando el viento hunde los oídos en el estruendo que forma la ruptura que mi cuerpo provoca en el ambiente tranquilo, que respira sin ruido hasta que yo llego y lo convierto en tormenta. El sonido entonces es aterrador, es la viva voz de todos los demonios acechantes intentando capturarme en un descuido, es el grito desaforado de almas desesperadas que necesitan compañía. Yo, como soy un provocador, pero sin desear la muerte en ningún momento, acelero para oírlos más y más fuerte. Es entonces cuando una lágrima se deja entrever, para acabar en un llanto sin suspiros, sólo gotas derramándose de mis ojos para acabar volando al aire. Al principio creí que el viento provocaba una reacción física en ellos, pero luego deduje que mi corazón las emitía para liberarse del estupor que le provocaba escuchar cientos y cientos de voces de ultratumba manifestándose en mi contra.
A veces, freno para ahuyentarlos porque noto cómo se agarran a mi espalda y a mis piernas, intentan arrebatarme eso que guardo con tanto celo, y los echo a patadas y a base de aflojar el puño, pensando en que hay gente que piensa que eso es peligroso. Tan grande es, que por momentos se deja de sentir el motor del vehículo... me gusta apaciguar para notar que aún estoy aquí.
Es que es tan difícil andar tan cerca del infierno y salir con vida.

lunes, junio 05, 2006

Hacer el amor

Hacer el amor
14 de junio de 2005
Hacer el amor, y luego no darse más.
Se dejó seducir de nuevo, ingrata inmadurez inadecuada en esos intemporales senos. Insensato. Grata madurez adecuada en esos temporales senos. Sensato.
No sabía si quería hacerlo realmente, ella lo notó en previos, allá arriba sentados al borde de las escaleras con los pies colgando desde la primera planta, pero se hundió en el fragor de la batalla, era un soldado y como tal debía luchar, no podía negarse a un nuevo ataque y con ella. Y se besaron con pasión y él sentía miedo, ese miedo a no saber si quería seguir pero un por qué no, un dejémonos llevar de nuevo una vez más y luego pensaré, luego pensaré. Y no pensar.


Por qué me haces esto, la culpa la tienes tú, la tenemos los dos, la tengo yo. Culpar para qué si al final todo tornará en el mismo amor, los mismo movimientos de caderas y desenfreno, mis dientes en tu cuello, tus gemidos en mi oído, la puerta ahí detrás acechando a medio abrir, la luz encendida porque no quiero separarme ahora para apagarla, ahora no que estoy tocando tu pecho, ahora no que tu desabrochas mi pantalón, ahora sí, que quiero hacerte el amor a oscuras. Y lamer, morder, acariciar y buscar fuego en la cintura, quedarnos casi en cueros, sentirte mojada y saber que ahora eres mía, en este momento puedes ser mía como antes, puedo volver a sentir el latido que ya no es ajeno a mí, el compás unido a mi compás, el ritmo unido a mi movimiento desencadenando furias y abismos de placer mientras te tapo la boca porque aquí, cariño, sabes que no puedes gritar, aquí no, lo siento pero es mi territorio y debe seguir siendo mi espacio, no irrumpas en mi vida queriendo gritar en mi hábitat natural, que me espantas, que me vas a hacer huir de nuevo porque no te soporto cuando no me haces el amor, aléjate de mí y acaba ya que yo ya he terminado, estoy contento y ahora sólo quiero que dejes de buscar el placer sobre mi cuerpo, bájate y no te asomes más al barranco en que me ves caer cada vez que te dejo que sueltes mi mano para que agarre tu espalda con la agonía de saber que tendremos que hacer de nuevo el amor para no despistarnos en la fantasía de no necesitarnos nunca más, que no es así y sigue haciéndolo pero acaba ya que tengo que hacer cosas, ya te llamaré otra vez, insensata.

viernes, junio 02, 2006

La Giganta

La giganta vivía en un mundo corazón. Yo había creído desde el principio que habitaba en un mundo mente, pero estaba equivocado. Me di cuenta con el paso del tiempo que todos sus impulsos tenían el motor en el núcleo de su pecho. La consideraba como un ser diminuto al que mi sentido común me obligaba a acurrucar entre mi barbilla y mi estómago, murmurándole susurros baladíes que hicieran sonreír sus ojos transparentes entornados en mis ojos compasivos. Y cuando sentía hundirse sus dedos ciempiés en mi espalda aeropuerto la notaba Giganta, y me envolvía en una burbuja que anulaba la niebla de la ciudad dorada. De plata se convierte su gigantez cuando recuerdo sus besos y senos, y cada dos pasos suyos siete recorría yo jadeando en la timidez de mis palabras fluyendo con soltura. La Giganta en su mundo corazón destrozaba mi habitáculo pequeño de carantoñas y sonámbulos, y agradecía con frialdad mis cuidados sorpresa, mis días lluviosos que compartía con ella, en los que nunca había hecho el amor, ni siquiera con ella. Trepaba a mi alma como un oso blando por una tubería mojada, como cebando mate torpemente pero con incrédula pasión rosa-roja, como zumo de pétalos. La Giganta tenía sus manos enormes, a pesar de todo, y yo la quería, a pesar de todo. La Giganta murió aplastada, aún no sé por qué, si era enorme.