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jueves, noviembre 16, 2006

Y es que cuando invento el corazón derecho lo hago porque es necesario. Sólo permanece aquello que no es físico, sólo existe lo que creemos que no existe. Él único lugar seguro es el que no pertenece al mundo de lo físico: al otro mundo, al que sólo los que no llevan gafas pueden ver, al que irremediablemente asistimos cuando nos fallan las esperanzas terrenales, al que tenemos como segundo plato, y que creo e invento con todo el afán que se derrama de mi vida. En el que puedo volar, y vuelo cuando quiero, para ir al lugar donde quiera, o en el que me pierdo bajo una manta, o aquel que surge de lo más trivial, en el que yo fabrico un universo de flores o sintagmas prohibidos, y para qué. Para qué, para qué. Si cuando alguien tiene el pie fuera del borde del precipicio se acojona y se rinde. Teme de miedo, tiene miedo del temor, llora, implora, busca su sitio entre los aburridos mortales, y no se dan cuenta de que son más mortales que yo, y mueren más rápidamente por querer hacerlo todo más rápido, y aceleran su vida pero no saben por qué, quizás para que cuando llegue el momento de escribir el libro de su vida puedan ver reflejados la de errores que pudieron cometer, y no sean capaces de valorar que el cuento escrito realmente es el que ese hombre que descubrió aquel cementerio de niños supo escribir por fin, sumando sólo los momentos en los que había sido feliz, tan tristemente contados con los dedos de una mano y media.
Por eso saludo a mi espejo todos los días, porque quién sabe, y por eso canto subido en la moto para que el ruido del motor acompañe a mis letras, tan solas, y tantas otras cosas, perdidas en el desagüe del intento; llegarán a parar al charco inmenso en el que se arroja la ilusión, que está hasta arriba, lleno y buscado por los miserables, los que al menos lo intentan. "Es verdad que esta vez los fantasmas pagaron la cuenta".