Sírvase usted mismo, pero pague antes de irse

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jueves, diciembre 21, 2006

Astronauta

La televisión mostraba cómo ardían cientos de coches en el sur, mientras un accidente acababa con la vida de siete niños, y se discutía en el parlamento acerca de la nueva ley sobre la mujer. El mundo vivía su enésima navidad llena de pobreza y esa alegría tan tonta que contagia las faces congeladas de tanta masa informe nadando en la marea rebosante, magia y fantasía vertiginosa y agnóstica. Luces de colores y canciones y tráfico y dolores de cabeza y otras cefaleas.

En la más absoluta oscuridad, la falta de todo, su escafandra y miles de diminutos y otros tantos de gruesos cables que unían la terminal espacial con la nave que había llegado hacía unos meses. Unos problemas que resolver en el nexo, en el punto de unión entre los dos aparatos interespaciales, llevaba a Tiago a pasar unas horas en el exterior, sujeto por un cable de acero y otro cierre de seguridad que lo mantenía cerca de las paredes del transbordador, para no perderse en la más completa desolación de verse viajando en la nada. Absorto en la idea de fallar, se concentraba y aislaba del resto del universo al que ahora podía palpar tan fácilmente, tan moviendo la mano derecha y estrechando el infinito.

La santa mujer buscaba regalos caros para su santo hijo que se lo merecía todo, y en el camino chocaba, como dos estrellas que colisionan y hacen de la galaxia un lugar lleno de polvo de estrellas, con un joven guapo y repeinado, y discutían sobre la posibilidad de haber encontrado otro camino, imposible de hallar entre tantos paseantes distraídos y el joven con la única obsesión de encontrar el dichoso deuvedé que su trágica novia vestida de rosa deseaba con fervor enfermizo. A dos escasos metros de ellos, un conductor de un Mercedes Benz hace sonar su claxon repetidas veces, de modo tan insistente que el señor cincuentón, con bigote y períodico bajo el brazo, clásica imagen con corbata azul, bastante fea, mira con gesto agresivo mientras absorve de su cigarro de forma que la ceniza llega al mostacho para ubicarse allí toda la dichosa mañana; suena un villancico en los altavoces del centro comercial.
Donde no existe el dolor, donde sólo existe el olvido, las estrellas bailando y una mirada vacía a la esfera que se le antojaba plateada entonando su mirada a través del cristal empañado. El tiempo estaba pasando de dos formas distintas: como escudos que hacían que estuviera más cerca de la salvación física y mental, y como lanza que hería a los sentimientos hasta hacerlos desaparecer, avergonzándose de haber sido derrotados. La distancia además lo sumergía en un estado de embriaguez, diciéndose que todo eso para qué si luego allá tan lejos había tan poco que perder. Quiso quedarse para siempre, aunque volvió a casa.

martes, diciembre 19, 2006

La cadena de palabras

El gato le dijo al amo que no quería comer pan, y el amo no lo entendió.
El perro le dijo al gato que se fuera de su rincón, y el gato no lo entendió.
El ratón le dijo al perro que lo defendiera del gato, y el perro no lo entendió.
El amo le dijo al ratón: "te mataré", y el ratón no lo entendió.
El amo mató al ratón, y la torre de babel se vino abajo. El gato murió de hambre, el perro se sintió solo, su rincón demasiado frío, y acabó abandonando al amo, que lo buscó por el bosque, y falleció por el hambre y el frío atrapado en una trampa para conejos, que previamente avisaba un cartel escrito en checo, idioma que el amo desconocía por completo. Su mujer checa lo había abandonado cuatro días antes, y dos semanas más tarde se casó con un rumano. El rumano encontró a un perro solitario y lo cuidó, le dio compañía y le hizo una cama sola para él, donde fue feliz. Aunque siempre echó de menos al amo y al gato.

domingo, diciembre 10, 2006

Pasado en llamas

...una ventana mirando al desastre pasado. Ardió la casa, y corrió por el sendero hasta destrozarse los pies con las ramas partidas y previamente quemadas por otro de tantos incendios. Desde la cima de la escarpada montaña que ascendió casi sin aliento, se podía ver el tejado en llamas del que había sido su hogar durante los últimos dos meses. Pero había objetos dentro de él a los que les tenía un cariño especial, y nunca más volvería a verlos, no al menos de la misma forma, sino como trozos de lo que fueron fotos, juguetes o algo con lo que jugar, recuerdos de viajes por la gastada Europa a la que amaba, y ropas con olores a mujeres en sitios y circunstancias que no se repetirían. Cerraba los ojos y sólo podía observar el hogar a través de una ventana, cenizas y olor a madera vieja podrida, y una lágrima apagaba poco a poco el fuego y la inquietud de no saber que pasaría después de todo eso, hacia dónde se dirigían esas encrucijadas que le quedaban por recorrer, los caminos pedregosos y embarrados por la lluvia que caía cuando la tarde despedía a la luz y traía consigo a las alargadas sombras que tanto le pesaban, que tantos errores le hizo cometer. Los abría y miraba al horizonte dorado, adivinando tras un saliente una vida que se le avecinaba, temiendo que volvieran los fantasmas de los que huía. Pero conociendo el riesgo personalmente, se adentró con paso firme para causar una buena impresión, mientras las llamas lo consumían.