Buenas noches. No sé por qué te escribo, tal vez porque me aburro. Tal vez porque quiero. Me pediste hoy una poesía, y te dije que no sé escribir en verso. Mañana me voy a Lagos. Llevo 5 ó 6 días viéndote a todas horas, y creo, definitivamente, que me he acostumbrado a ti. O lo que es peor, algo que callamos porque no queremos despertar un fuego absurdo, un juego complicado, una historia que en mí se repite, que tú no sabes, o no entiendes, porque yo no te he explicado con la suficiente claridad. No intento escribirte versos para no alimentar una fuente de energía innecesaria, peligrosa, dañina. Ojalá no me fuera a Lagos, para quedarme contigo. Ojalá todo fuera distinto, una vez más. Ojalá lo que me impide el amor no se disfrazara de novio, otra vez. No te extrañe que acabe convertido en un proxeneta, un maltratador, o un delincuente.
Sírvase usted mismo, pero pague antes de irse
jueves, septiembre 28, 2006
sábado, septiembre 23, 2006
entre copas
No hay nada como autoaleccionarse -dijo mientras alcanzaba la botella de ron, a medio acabar y con los cubos de hielo sudando bajo el foco rojo. No me gusta decir, así, tan típico, que soy un hombre que aprende en la universidad de la calle. Además, tengo una curiosa opinión acerca de la utilidad de la experiencia: no creo que realmente todo el conocimiento podamos basarlo en ella. Quiero decir que sí, que está muy bien vivir nuevos retos y demás, pero por supuesto ninguna circunstancia puede compararse a otra. Ni siquiera las personas son siempre iguales, ¿no crees? De qué sirve entonces que te conozca como creo que te conozco, si voy a seguir sin conocerte a mi manera, a nuestra manera. Por eso ahora quiero descubrirte día a día. Cada vez una nueva sonrisa, cada momento uno nuevo contigo, y así nunca cansarme de tus lamentos. No quiero acumular canas en mi pelo para decirme y decirte que lo sé todo, sólo quiero estar siempre, en todo momento, contigo.
miércoles, septiembre 20, 2006
Adiós
Fuimos al entierro como de costumbre, vestido de calle, sin arreglar, con colores llamativos y frases ambiguas en nuestras camisetas. Íbamos los de siempre, y hablábamos de las cosas de siempre, de esas que siempre se dicen en los entierros. Pero me sorprendí tomándome la muerte de nuestro amigo con total naturalidad, frialdad pensé entonces. Y ellos sentían lo mismo. Supongo que habíamos vivido tantísimo juntos que sólo nos quedaba compartir la muerte, y lo veíamos tan corriente, tan cercano porque sabíamos que tendría que pasar, y desgraciadamente o afortunadamente, él había sido el primero en probarlo. Como siempre, el primero, y no porque hiciera una carrera continua a la meta, sino porque la suerte había querido que fuera el más despierto, el más vivo y atrevido de todos nosotros. Por eso me gustaba seguir sus pasos de vez en cuando, y aunque me cabreara en ocasiones con su forma de actuar, en el fondo sabíamos que nos habíamos elegido nosotros, que no nos había juntado el destino, la providencia, ni siquiera las familias que tanto encaminan a uno, cuando el sujeto aún es un crío. Nosotros elegíamos estar siempre juntos, viajar juntos, emborracharnos tantas veces juntos, en cualquier parte en la que acabáramos o empezáramos, y al día siguiente mirarnos y reirnos, y estar deseando volver a vernos para que volviera surgir la chispa, y se convirtiera en llamas con la que incendiar si se quería, la ciudad.
Ahora no está, estamos los demás, pero él no; quién va ahora a engullir filetes enteros sin mediar palabra, y tragarlos con un poco de zumo, sin más, y luego verlo corriendo cerca del parque, con el afán de bajar todo lo que acababa de tragar. Y los demás no estamos tan mal, no lo pasamos mal, somos alguien sin él; es decir, sabemos que podemos seguir, que tenemos cada uno nuestras vidas, que podemos reirnos y llorar sin él. Pero también podemos dormir sin un brazo.
domingo, septiembre 17, 2006
Deconstrucción
1 de abril de 2006
Vivo la deconstrucción de lo relativo. Sufro la desertización de ideas claras, de motivos ahora vanos, de perseguir sueños porque ahora pies en tierra y en tierra de nadie. Soy el dios que ha vendido su espacio en cualquier valla de carretera. El pesimismo entornado desde la superficie de una plataforma desde donde observar polución y desesperanza. La sonrisa vaga y desganada, el sabor de la última copa pintando copos de nieve en las caras de la noche para derretirlos con la tarde y el mediodía en los zapatos, el eterno mediodía que seca los pies y tantas otras cosas buenas.
miércoles, septiembre 13, 2006
Vacío
21 de febrero de 2006Era sólo un pobre chiquillo caminando entre arbustos que le arañaban las rodillas, sobre los que habitaban flores de colores dispares, llamando la atención de las abejas que se aproximaban a su oreja y les dedicaban ese zumbido molesto que retumban en la cabeza de uno. Era pobre, no porque su familia careciera de ningún medio económico, sino porque lo único que apreciaba de la ciudad, en los últimos meses, eran los pájaros disimulando sobre los tendidos eléctricos, o imaginar el desnudo de la gente mientras corría a subirse al autobús que se iba sin remedio. Buscaba un lugar donde anidar los sueños que se iban volando con el humo del hogar. El recóndito lugar en que escondía sus penas estaba navegando de la mano del que no las conocería, no las soportaría, no las entendería y, definitivamente, no las conocería. Tanta quietud entonces en el mundo, a pesar del movimiento. Tantos tés tomados con personas equivocadas, a horas que no eran, camas que no compartía, sólo por un acto físico. Y los pájaros, disimulando, aparentando ser felices.
jueves, septiembre 07, 2006
Momento bajo
Un siniestro en la estación. Pandemia de desencuentro, vagones que explotan porque ya era hora. Balanzas sin platos, los únicos platos, los rotos. Los únicos trapos, trapos sucios. El único sudor, el de la desilusión, ese frío, inquietante y mudo que convierte en piedra la lengua. Y saliva seca que tragar rompe en llanto seco. Todo el sufrimiento manifiesto en miradas perdidas, toda la agonía compartida con la soledad. La soledad.
La estación tiene un reloj que marca la cuenta atrás para el siguiente siniestro, aunque hemos de coger el tren de la línea cero, para una nueva estación con una nueva realidad. Desesperanza, quizás. Confiamos en ti, maquinista.
"On dit que le destin se moque bien de nous..."
