Carpe Diem, Carpe Diem
Mientras tecleo, frente al televisor, tú en la cocina, acercándote para dar besos conciliadores mientras el fuego va haciendo el resto. Y tus consuelos y caricias en el pelo, que se va soltando poco a poco, me hacen incorporarme sobre el sofá, revuelto por las dentelladas de anoche, oyéndote cuando te vas, de pronto a seguir con la tarea que te has encomendado, la de hacer de comer para los dos, para ti y para mí como si fuéramos parte de una sola cosa, aquella sola cosa que no quieres que se derrumbe, esparcida por la distancia de un futuro adiós. Una despedida en la que no hay que pensar, porque ahora hay que concentrarse en la música que oyes, que oímos, que nos encanta, también como nos encanta vernos, respirarnos y tocarnos, como si en cada caricia se fuera en el roce, un pedazo de cada cuerpo, que se va desgastando y sin preocuparnos de que al final, después de la energía que desprendemos, vayamos a desaparecer consumidos por la pasión que, irresponsablemente, nos ofrecemos sin pensar, sin querer pensar, y para qué. Para qué entonces pensar en lo que pueda suceder, en lo que tú o yo vayamos a hacer, y con quién, si tenemos el momento para nosotros, mientras el sol y el viento bailan ahí afuera y nos perdemos aquí dentro, en el desorden de querernos, entre la cerveza y el tabaco, los calcetines y los cables del portátil que se entrecruzan, como se entrecruzan nuestros dedos mientras hacemos el amor, dejando que el sudor se seque y que impregnemos nuestro cuerpo de la magia que sabemos desprender.
