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domingo, mayo 28, 2006

La tortuga y el ángel

La tortuga no entendía de amor. Dos médicos fueron a rescatar al ángel que cayó, que aunque digan que no tienen sexo, era preciosa. El coche volaba a toda velocidad para su rescate, y se acercaron para darle de beber un elixir divino, que aceptó con gratitud y se levantó a duras penas ayudado por los médicos. Pero se dejó caer y uno de ellos que no llevaba gafas de sol la cogió en brazos y la anidó para que no sintiera nada. Se montaron en el coche y ella se fue despertanto paulatinamente, con unos ojos que miraban con ambición el cielo, más allá de lo que ellos podrían imaginar. A pesar de que ya había una autopista que circulaba por fuera de la órbita lunar, los buenos no conocían el lugar hacia donde iría ella. Se enderezó y, fuertemente agarrada al asiento delantero dejó que sus inmensas alas se desplegaran y que el viento acariciara su cara. Las piernas sintieron la fuerza necesaria para elevarse y agarrar luego la mano del copiloto, con el coche a toda velocidad, ahora era ella quien volaba. Una lágrima cayó sobre cualquier lado por detrás del vehículo, era increíble ayudar a volar a un ángel, a pesar de que no era la primera vez que lo había hecho. Sobre todo porque sonreía y no solían dedicar una sonrisa así sin más. Y desprenderse de ella fue tan dulce y a la vez tan aterrador por la carretera del espacio que casi tuvo que saltar detrás. Voló hasta que se fundió con las estrellas, mientras volvían por el tunel que recordaban que el amor, que la amistad, que la vida, que la alegría.
La tortuga miró la ilusión en los ojos del que no llevaba gafas de sol y siguió sin entenderlo. Pero sí entendía que al de las gafas le gustara oír su nombre una y otra vez, y repetirlo: tor-tu-ga. Qué combinación de letras, pensaba, mientras el otro siguió perdido en el recuerdo del ángel.